viernes, 16 de septiembre de 2011
MIS VIVENCIAS CON EUSEBIO SEMPERE
Saro pinta desde la edad de trece años y fue discípula de su ilustre paisano Eusebio Sempere, del que recibió muy estimables enseñanzas y consejos, y con el que sostuvo una amistad personal.
La pintora colivenca, Salud Roque, nos cuenta con mucho entusiasmo las vivencias que tuvo con nuestro otro artista colivenc Eusebio Sempere.
“Recuerdo como si fuera ayer aquél ONIL de la posguerra, recoleto y lánguido, aunque ya incipientemente industrial, artesano e íntimo, donde todos nos conocíamos. Había entrado en mi segunda juventud y nuestra peña de amigos saturaba de interminables charlas aquellos bucólicos paseos campestres de las doradas tardes de verano, ávidas de ilusiones, de intenciones. De impulsos juveniles y vitales, aún aletargados, inconcretos, aturdidos por la todavía caliente herida fraticida y el ostracismo cultural. Entonces en el grupo, al que se incorporaba durante las largas vacaciones de verano y Navidad, tuve la suerte de conocer a Eusebio, que a la postre, sería decisivo en mi vida. No sé si por esa época, el había conocido ya los círculos intelectuales y plásticos de París, pero sí que su aire fresco ya nos lo transmitía con sus comentarios escuetos, reposados y transgresores de sus conceptos del arte y de la pintura. Yo, “la xiqueta”, que abrigaba desde niña la secreta aspiración de llegar a pintar y había empezado a dibujar al carboncillo, me quedaba fascinada, contemplando sus movimientos, escuchando su discurso plástico, pleno de emoción y de esperanza.
Un día me atreví y comencé a enseñarle mis dibujos, me miró y dijo:
-¡Nena, tú tienes madera!.
Y me aconsejaba pintar del natural paisajes, bodegones.... Sus recomendaciones sabias, maduradas, eran órdenes y retos a superar, cuyo proceso ha marcado toda mi trayectoria artística.
La fuerza que me inspiraba me animó pronto a coger los pinceles y practicar el óleo, la acuarela y el gouache… En una ocasión en el manantial de Fabanella, donde íbamos a veces a pintar, se quedó absorto ante los tenues reflejos solares del atardecer, y me dijo:
-¡Mira como baja la luz, píntala!.
A mi, por entonces, no solo me invadía la inseguridad del artista incipiente, que afortunadamente aún conservo, porque entiendo que encierra la energía de la superación, de la creatividad y del esfuerzo, que el supo imbuirme, sino también, la sensación de mujer pintora furtiva, en la forzada clandestinidad de aquella sociedad marcadamente machista, en un entorno familiar aburguesado, tradicionalista y poco proclive a las “excentricidades” femeninas. Y respirando los efluvios de un ambiente localista, lleno de prejuicios. Tal vez por eso, ya casada y porque acababa de nacer mi primera hija, lamenté tener que renunciar a lo que podría haberme acelerado mi evolución curricular: la propuesta de Eusebio de presentarme con una exposición mía, en los círculos madrileños, preparándola bien, en un año.
El lo sintió, pero comprendiendo el verdadero fondo de mis excusas.
– No creo estar a la altura y tampoco me podría desplazar a Madrid.
– me contestó: ¡Mira, éste es un camino difícil, te criticarán, te empujarán, te caerás pero tu tienes fuerza para levantarte de nuevo y continuar.
Ya sabía que se había encarado con alguien del pueblo al oír (que yo no sabía pintar):
-¡Ella sabe lo que pinta!.
O cuando, otra vez, pinté un rosal, ayudándome de los dedos, exclamó:
-¡Qué cosa más bonita has hecho, aunque tu no lo entiendas todavía!.
Eusebio regaló a Saro uno de sus caballetes preferidos, que la pintora conserva como una joya porque guarda una bonita historia en la biografía de la artista colivenca.
«Este caballete -dice la pintora- me lo regaló Eusebio con la condición de que nunca dejara de pintar, y así lo estoy haciendo».
Me gustaría pensar que mi pintura le gustaba y llegó a creer en mi trabajo. Sería la mejor pieza del tesoro que de él retengo junto al cuadro que me dedicó y la correspondencia de cartas inéditas, que desde sus ausencias conservo repletas de consejos, verdaderas lecciones de arte y permanente fuente de ilusión que me ha acompañado en la pasión de mi vida”.
Paisano, amigo y maestro: Gracias, Eusebio.
SALUD ROQUE ‘’SARO’’
Quisiera dar las gracias a mi amiga Saro, por confiar en mi y en el proyecto “Onil en mi memoria”.
José Ramón Juan
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1 comentario:
Muy interesante.
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